EL PADRINO
R.I.P.
R.I.P.
Luego, mientras nos alejábamos de la tumba sacudiendo el barro de nuestras manos, la gente del grupo de teatro me llevó aparte, al pie de un añoso paraíso. Estaban todos, como en tantas despedidas los últimos años en la editorial o la fomento. Fieles, huérfanos, dignos. Cristino tomó la palabra en nombre del resto:
- Porque ya no ha de importarle- tartamudeó.
-“Circe”- pensé instintivamente al escuchar las primera palabras del relato de Cortázar, uno de los muchos que Marisa me había pasado mientras reconstruía esta “crónica”, para “inspirarte y darle un mínimo nivel literario”. Por un momento pensé que irían a representar algo, una de las muchas adaptaciones que tanto le gustaban al Padrino. Un homenaje. Pero no. Era casualidad. Con leve ademán Cristino selló mis labios y continuó:
-Decía que ya no ha de importarle- susurró mirando hacia la tumba aún rodeada de gente-, pero durante todo este tiempo le ocultamos algo. Fuimos unos cobardes. Doblemente cobardes...
-Sencillamente nos faltó valor –agregó tímidamente Gladis buscando refugio en los brazos protectores de Carlos. Comprendiendo mi desconcierto, Cristino resumió:
-El día que empezó todo… en el supermercado. ¿Se acuerda? El día D…
-Sí. ¿Cómo no? Hace años que vengo escribiendo sobre eso- dije, mostrando el fajo de papeles en mi mano. ¿Qué pasó ese día?
-No fuimos.
-Sí fuimos –intervino el Cano cruzándole la mirada.
-Está bien, fuimos –reanudó Cristino concesivo- pero nada más. No hicimos nada.
Ni gritos, ni desmayos…
-Nos faltó el valor –insistió Gladis.
El Gordo J. se había unido al grupo un momento antes y escuchaba a mis espaldas. El estrabismo de Cristino nos abarcaba a ambos sin problemas. Se ruborizó y agachó la cabeza.
-Nada…
-Pero entonces... -agregué incrédulo.
-Entonces escribiste otro género, boludo -filosofó El Gordo, concentrado en encender un cigarrillo–. Te veo en el diario.
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