sábado, 30 de junio de 2012

Capítulo II.

Una hermosa mañana a comienzos de noviembre de 2001 (exactamente el primero), iba camino del taller a retirar mi viejo Dodge 73 de una de sus frecuentes racaídas. Allí, a bordo de un atestado 165, el rumor llegó a mis oídos por primera vez: algo extraño sucedía en el supermercado de la vieja cancha de San Lorenzo.
El "Gasómetro", el tradicional hogar de San Lorenzo de Almagro, nació en 1915, en la época en que nacían todos los estadios del fútbol argentino, y se inauguró oficialmente el 7 de mayo de 1916  en un 2 a 1 ante Estudiantes. Se erigía en Avenida la Plata al 1700, pleno corazón porteño y por eso fue siempre el más porteño de los estadios, aunque dicen que por aquel entonces Boedo no existía o era parte de Almagro y por eso el nombre completo del club. Poniendo moneda sobre moneda consiguieron comprar definitivamente el predio en 1928, y poniendo  madera sobre hierro en 1930 consiguieron terminarlo. Eso no impidió que en 1929 fuera sede del Torneo Sudamericano junto con River e Independiente; eso sí Argentina jugó allí sus tres partidos porque tenía más capacidad que cualquier estadio, 75.000 espectadores sentados o parados en recios tablones. El apodo de "Gasómetro" se refería a su parecido con unos enormes edificios comunes en la época en la que se almacenaba gas licuado. Dicen que le vino de la época de la mal llamada "Revolución Libertadora" como término despectivo, tal vez porque ya existía el "Monumental" de cemento y en una zona más selecta, aunque no lo superaría en capacidad hasta 1978, luego de la remodelación por el Mundial. Un año después, esa misma dictadura se encargaría de desaparecerlo con la excusa de una autopista que nunca pasó o de demasiados estadios en la Capital o de la decadencia de la estructura. Con la excusa o el argumento que fuera, lo cierto es que el 2 de diciembre jugó su último partido: un empate sin goles ante Boca, que pudo haber sido triunfo si Gatti no le hubiera atajado un penal a Coscia. En los años 60 y 70 fueron célebres sus bailes de carnaval y el 16 de octubre del 73 tocó Carlos Santana con su banda, el antecedente de los mega recitales de River, según el tío, aunque el viejo se ríe y le recuerda que ese día se vino abajo el alambrado y entonces el tío le responde que la cancha, no el alambrado se vino abajo el día que el Bambino le metió cuatro goles a Boca.
-Sí, pero San Lorenzo nunca salió campeón jugando en el Viejo Gasómetro.
-Cierto, dio la vuelta en Villa crespo, el Monumental, Liniers y por supuesto la Bombonera... pero en el Viejo Gasómetro nunca, cuando tenés razón tenés razón.

No pude escuchar mucho porque hice un viaje corto pero recuerdo que pensé en cosas lógicas: saqueos, mercadería a la intemperie, etc. Esa misma tarde, mientras esperaba a Marisa en un banco de Parque Patricios, escuché a dos señoras hablando sobre personas “sorprendidas por fantasmas mientras compraban” y me pregunté si esos no serían los hechos extraños de los que había oído hablar más temprano en el día. Fue terminar de pensarlo y escuchar los nombres confirmatorios de Pontoni, Zubieta, Doval, “el vasco este que debutó con cuatro goles... Lángara”. Era como si el Viejo Gasómetro reclamara la atención que se robaba el Bajo Flores, en momentos en que San Lorenzo venía de obtener un campeonato (en 2001, vaya uno a saber como jugaría ese dato en la cabalística del Tío Angel) con record de puntos y triunfos sucesivos (trece, uno más que el histórico Independiente de Sastre, Erico y De La Mata) y parecía marchar con paso firme hacia su primer título internacional en la Copa Mercosur. Esa misma noche el “cuervo” jugaba la revancha contra Cerro Porteño en Paraguay. Una semana atrás había ganado 4 a 2. Con el empate o aun perdiendo por un gol pasaría a la semifinal. Como si Boedo no fuera bastante hervidero por entonces, ahora aparecían fantasmas.
Marisa llegó un poco tarde y salimos volando para el Lorange. Ibamos a ver “La lengua de las mariposas”, una película acerca de la vida de un maestro republicano en momentos en que España caía en poder de Franco. Por una cuestión de asociación lógica me vino a la mente el tema “Los Fantasmas del Roxy”, de Joan Manuel Serrat -reconocido antifranquista- que cuenta la historia de un cine de barrio reemplazado por una sucursal bancaria, cuyos clientes, un buen día comienzan a ser espantados por la aparición repentina de las antiguas estrellas de Hollywood. Una forma de revancha, de alguna manera. Pensé que una buena adaptación consistiría en las viejas glorias de San Lorenzo irrumpiendo entre las góndolas y las cajas registradoras, recuperando el espacio que les había pertenecido por medio siglo. Las situaciones eran semejantes: un mundo romántico y popular enfrentado al interés capitalista. Pensé cuánto tiempo resistiría el Lorange antes de ser convertido en un Bingo o la Iglesia del Divino Algo.

Cuando terminó la función le pedí que me acompañara a echar un vistazo. Evaluaba la posibilidad de una nota pintoresca para el suplemento del domingo “El viejo Gasómetro se resiste a morir” o algo así. Por supuesto tuve que explicarle a grandes rasgos de qué iba todo. La ventaja era que, de ser cierto, ella tendría la oportunidad de ver buen fútbol por primera vez en su vida. Resentida hincha de Racing me mostró el dedo mayor pero aceptó. En el fondo sentía curiosidad.
Fui el primer periodista en llegar al lugar de los hechos (la invasión mediática no empezaría hasta la madrugada). Ese día, el movimiento de gente era aún normal. Desde lejos no se advertía nada extraño y no pude evitar reconsiderar los comentarios de la mañana evaluando la posibilidad de haber sacado conclusiones apresuradas, pero adentro, a medida que uno se abría paso, se detectaban algunas personas sin carritos alrededor de las cuales otras -con carritos- se demoraban para quedarse a oír lo que contaban. !Y lo que contaban tenía que ver con eso! Súbitamente me ganó el cerebro el raciocinio occidental y murmuré con algo de desencanto, como quien cae de una nube:
-Esto es una campaña publicitaria...
-¡Ah, no! ¡Yo vine para ver los fantasmas! -dijo Marisa muy decidida y me arrastró a uno de los grupos. Allí, ante la mirada atenta de una docena de personas, un chico decía haber visto a Batman.
-También personajes de historieta. Esto se pone lindo –exclamó Marisa, restregándose las manos. Alguien le aclaró en tono docente:
-El chico habla de Buttice, el arquero del '68, de los Matadores del '68. Le decían Batman, por la forma en que volaba.
-Claro, el Mono Buticce –agregué, pretendiendo redoblar su humillación, pero me salió mal.
-¡No! Ese es Irusta. El Mono Irusta. Buticce es Batman- me retaron.
Resentida hincha de Racing, Marisa no dejó pasar la oportunidad de humillarme.
-Para ser hincha de San Lorenzo no conocés mucho que digamos... En realidad yo sabía que Buticce era Batman.
-¡Eso es mentira!
-En serio... y también sé el apodo del arquero suplente de ese año.
-A ver, ¿cuál era?
-Robin,
Un grupo de jubilados se agrupaba frente al sector de los lácteos. Opté por irme a hablar con ellos.
-Por aquí pasaba la línea lateral, hay que dejar libre el field, córrase, diga -me espetó uno de boina con una Spika en la mano. Otro grupo se ubicaba, según ellos, “detrás de un arco”, otros “a la salida del túnel”.
Les pregunté como hacían para recordar los lugares exactos.
-Se ve clarito, pibe. Mirá esa tribuna repleta.
Como siempre llevaba el grabador encima, recogimos unos cuantos testimonios. La acompañé a su casa, donde recogió unas encuestas mientras yo esperaba en el Dodge.
-Vuelvo mañana- les dijo a los padres que salieron a despedirla mientras yo ponía sonrisa circunstante reforzada con dos bocinazos cortos a modo de saludo, todo lo cual que no les cayó en gracia. Aunque no había tenido nada que ver, no me perdonaban el abandono de Medicina,
Esa noche, en mi departamento, Marisa escuchó los reportajes encantada una y otra vez mientras me tiraba frases descabelladas, por lo poéticas, para mi, ya de por sí, descabellada nota sobre “el hecho increíble del supermercado”que después de varios intentos conseguí enviar por mail al Gordo J. antes del cierre de edición.
Estos son algunos:

Agustín Cudazzo, 53 años, desocupado: “A una vecina la sacaron desmayada. La atendimos allá enfrente, en casa. Acá se lavaron las manos, por el problema de los robos, ¿vió? Bueno, la cuestión es que la cruzan y nos cuenta que estaba mirando unas latas y de repente ve una sombra de bigotes y pelo largo que se le tira encima y le grita 'mía, mía'. Lo último que recuerda es que le dijo 'tome, tome' tirando la lata, y nada más. Dijo que la sombra tenía voz finita. Con esa descripción tiene que ser el 'Ratón' Ayala. Aparte, por esa manera de encarar el área, ¿vio?”

Luis Pacheco, 83, jubilado: “Yo siempre sostuve que el mejor centrojás era Grecco, Salvador Grecco, del equipo del '46. Pero desde que los vi jugar a todos juntos en el Viejo Gasómetro, creo que 'Coco' Rossi lo súpera...y después el pibe Telch. Los de ahora son corredores”.

Ernesto Cazajous, 70, jubilado: “Yo, plata para ir a la cancha no tengo y además la nueva queda lejos en una zona peligrosa. Así que cuando cierran a la noche y quedan las luces prendidas me acerco a la vidriera para ver a Arrieta, Pontoni, Sanfilippo... ya somos varios los que nos juntamos en el Sector Jubilados. El otro día nos echaron. No saben lo que significa para nosotros verlos jugar de nuevo. ¡Qué linda es la cancha iluminada de noche!”.

Yo me acosté temprano pero Marisa se quedó escuchando hasta tarde. En ese momento, le importaba un pito la veracidad o la falsedad de los hechos. Como lectora fanática que era los percibía estéticamente, disfrutaba meterse en esos mundos mágicos, “imaginarios” los llamaba ella. Se imaginaba remontando el hilo de una idea como Poe o asistiendo a una estrevista disfrazada de mendigo, a-la-Holmes. Todo muy lindo pero me empezaba a preguntar qué pensaría el Gordo de mi archivo. Temía que me llamara por teléfono para putearme un poquito.
Al día siguiente, viernes 2 de noviembre, los canales de noticias ya nutrían su generoso estómago con flashes sobre el "SUPERMERCADO EMBRUJADO". Como ya no sería tan fácil husmear sin autorización, pasé por la redacción sigilosamente (Daniel H. acechaba) para hacerme con una credencial. Descubrí que El Gordo estaba encantado con mi primicia. Lamentaba haberle dado un espacio tan pequeño en la sección “policiales”, ya que estaba seguro de que ese día la noticia estallaría en los titulares de las sextas ediciones.

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