sábado, 30 de junio de 2012

Capítulo XIV.

Se armó la mesa grande. El Gordo pidió más cerveza y algo para picar. Marisa se sentó a mi lado y nos presentó al Padrino, o el pelado de barba y sin bigotes. Nos saludamos fríamente. Tenía frente a mí al hombre que podía explicar todo y hacían falta explicaciones. Pero yo no tenía ganas de hablar. Por suerte, El Gordo rompió el hielo.
-¡Qué quilombo! ¿Eh?
El otro sonrió y alzó las cejas como diciendo “y...qué se le va a hacer”.
-¿Por qué? -pregunté sin saber exactamente a qué me refería. Mi resentimiento se apaciguó al oír su voz, un gorjeo agudito, ridículo para semejante cuerpo.
-Vaya uno a saber. Hay tantas razones: per jodere, por puro placer lúdico, para poner a los muchachos del taller en una situación real, como acto de justicia...
-Muchas cosas ¿eh? -matizó El Gordo mientras yo miraba enojado a Marisa. El otro seguía asintiendo.
-Tiene que ver con el folklore popular, con la identidad. Esa cancha era un pedazo de historia, un monumento. Nos dijeron que por ahí tenía que pasar una calle y nos mintieron. El Gasómetro fue un desaparecido más. En contraposición, nosotros inventamos algunas siluetas, pocas, comparadas con las que le faltan a la ciudad, al país. Una forma de compensación.
-¿Por qué tanto tiempo después? ¿Qué sentido tiene?
-En realidad creo que veníamos preparando todo desde el día en que inauguraron el supermercado. Primero empezó como una fantasía mía, después, poco a poco fui hablando, tanteando gente. Te imaginás que en 40 años de correo terminás recorriendo todas las calles, conociendo a cada hincha, donde vive, cómo es. Muchos estaban de acuerdo en sostener la fábula pero de ahí a actuar... La cosa cambió cuando se abrió el grupo de teatro, que tengo el honor de dirigir, aquí en la Fomento.
-¿Se hizo actor para montar todo esto?
-No. Lo de la actuación me viene de siempre, de mis padres y abuelos. Mi abuelo conoció a Lorca en los caminos de España y mi viejo fue compañero de Villafañe acá en Argentina.
-Mire usted. ¿Y nunca se le dio por ejercer?
-No. Solo por vocación. En una época teníamos una compañía que ofrecía funciones gratis en las cárceles, dábamos obras de Brecht y de Ghiraldo, un anarquista que hacía teatro de tesis, pero en el ‘76 se acabó todo eso.
-Ahora, para montar lo del súper, necesitó un grupo grande...
-Al contrario. Si te fijás bien, el número de los que pusieron la cara era muy reducido: el Cano Fernando, Carlos y Gladis, la Enana, Héctor, Carmen, la negra Margot y Dora Rubicoli. Ocho personas. Maquillaje más, maquillaje menos. La clave fue el primer día, el día D. Esa fue la apuesta fuerte. Ese día gritaron, se desmayaron, juraron lo imposible. Después la cosa cobró vida propia. Empezó a aparecer gente que ni siquiera era del barrio jurando haber visto los fantasmas. Después se trató de tener presencia en los medios. Nos anotábamos para ir a los programas donde se hablaba del tema. A veces nos caracterizábamos de otra manera para ir de un programa a otro.
-Pero lo lógico era que uno, de ustedes o del barrio en general, el único que no estuviera de acuerdo, hablara.
-Hubiera pasado por un escéptico. Una vez que la cancha se embarró, lo mismo da arrojar agua o tierra. De todos modos, el barrio respondió con una solidaridad increíble.
Alguien avisó que en la TV estaban cubriendo el saqueo. Nos arrimamos al televisor. La gente corría entre las góndolas volcando cosas dentro de los carritos. Un chico descalzo comía galletitas sentado en el suelo. De fondo, como ambientación, se oía el barullo del baile de la fomento y la ronda de enganchados.
- ¿Esto también lo planearon ustedes? – dijo El Gordo sonriendo.
- No, pero era una consecuencia posible. En un país donde de cada diez personas tres tienen hambre si juntás cien tenés treinta hambrientos, si juntas mil, trescientos; y así sucesivamente... En el fondo lo que queríamos era joderles la paciencia un poquito. Estorbarles. Mucho lumpen y poco cash. Eso les revienta. Pero esto, bueno, se fue un poquito de las manos...

En alguna parte un comerciante lloraba ante los restos de su negocio, en otra, cúmulos de mercadería esperaban el ataque de gente contenida por la policía... “los dueños han preferido vaciar el local a verlo invadido y destruido”. Un cable urgente revelaba que los saqueos ya se habían extendido a otros lugares. Los supermercados llamaban a sus empleados a resistir para conservar sus puestos de trabajo... Me vino a la mente Cristino y sus temores.
- ¡Cristino! -grité- ¿Quién era Cristino?-
El Padrino no pudo evitar una carcajada.
-“Cristino”, como lo llamás vos, se cortó solo. Estaba un poco ofendido porque no lo elegí para improvisar.
- ¿...?
- Se cortó solo. Armó esa historia ridícula del ahorcado y después lo de la nota... pura fábula.
-¿Por qué se metió con nosotros? Ese día había periodistas por todos lados.
-Ustedes habían dado la primicia. Y eran uno de los medios “grossos”. Lo de hacerse pasar por encargado vaya y pase. Hablamos con él y le dijimos que ya estaba bien. ¡Imaginate cuando nos dijo que lo iban a reportear! La escena de El Fantasma de la Opera la venía haciendo en el taller. Cuando te dio la entrevista en San Juan y Boedo lo queríamos matar. Teníamos miedo que descubriera todo, así que fuimos a vigilarlo. Lo de echarnos haciéndose pasar por nuestro jefe fue una buena jugada.
-Pero cuando el multimedio llamó al supermercado para verificar la fuente y lo del ahorcado, ellos confirmaron todo - argumentó sabiamente El Gordo.
- Se los dijo él mismo. Es –o mejor dicho era- telefonista. ¡Armando!
Apareció un tipo joven, rubio, no pelirrojo, peinado a la garzón, con un ligero estrabismo que obligaba a atajarle la mirada. A Cristino nunca se la había notado. Caracterización irreprochable. Me saludó tímidamente con una inclinación de cabeza y se sentó sin decir palabra. Yo me sentía como en una película de la guerra fría. El Gordo anotaba todo.
-¿Por qué nos corrieron el día que estábamos encuestando?- pregunté.
-Nadie los corrió. Alguien gritó y ustedes no pararon- dijo el Padrino riendo mientras buscaba otros canales.
-¿Y la carta que encontramos?
-Queríamos despistarlos, o darles pistas, según cómo se vea. En el Correo me quedan muchos buenos amigos. Nos informaban cualquier cosa que pudiera ser interesante. Te imaginás cuando cayó la carta para Sherlock Holmes. Pensamos que sería una agencia de detectives o algo así. No tenía idea de que era una broma hasta que ella me contó.
En la pantalla había fuego, manifestantes arrojaban bombas Molotov contra la fachada de un súper en Lanús...; en otro, la policía apaleaba a los que salían. Una embarazada juraba que el milico que la golpeó lo lamentaría. Córdoba, Santa Fé, Mar del Plata... los saqueos ya se habían extendido a todo el país. Yo pensaba si todo había empezado a causa de un traba volante mal puesto. Aullidos y silbidos recibieron la llegada de “El gran simulador” en la voz de Los Plateros. Era la hora de los lentos. Marisa me tomó del brazo y me llevó a la pista. Yo la besé y le pedí que nos casáramos y me mandó al cuerno.

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